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Mayor liderazgo político para la educación *

[11 de septiembre de 2014] En el Día del Maestro cabe preguntase sobre el lugar que ocupa la educación en la sociedad y en la agenda política.

La calidad de la educación está en el centro de las preocupaciones de la mayoría de los países. Ya no se trata de las tasas de escolarización, sino del nivel de aprendizaje alcanzado por las nuevas generaciones.

En el contexto de la sociedad de la comunicación y la tecnología, la capacidad para producir, intercambiar y usar conocimientos es una condición básica para el desarrollo de un país. Esta preocupación motivó un creciente involucramiento de los gobiernos en la educación. Las reformas que los presidentes motorizaron en Brasil, Ecuador y Chile son algunos ejemplos de esta tendencia.

El sistema educativo argentino presenta preocupantes problemas de larga data. Entre ellos, los bajos y desiguales niveles de aprendizaje; los obstáculos para la inclusión en el secundario; la desarticulación del mercado laboral; el debilitamiento de la formación docente; la caída de la imagen social de la docencia; una coordinación federal con cortocircuitos entre el gobierno nacional y los provinciales, y fuertes disparidades presupuestarias y técnicas entre las provincias. Estos desafíos deben ser sincerados y enfrentados en los próximos años.

Pero no hay que construir de cero. En los últimos 20 años se implementaron importantes políticas educativas.

Aumentó la inversión, se extendió la obligatoriedad en los niveles inicial y secundario, se crearon cargos docentes, se brindaron más recursos a las escuelas más vulnerables, se desarrollaron múltiples instancias de capacitación y en la década del dos mil se incrementaron los salarios docentes y se precisaron los Núcleos de Aprendizaje Prioritarios que los alumnos deben adquirir.

Pero para lograr mejoras significativas en calidad y equidad será necesaria una apuesta mayor. La educación debe transformarse en una cuestión prioritaria y urgente. La complicada situación de la educación no se soluciona solo con medidas políticas: es indispensable motorizar una transformación cultural a través de una visión que movilice a la sociedad. La educación debe ser erigida como valor máximo para generar un cambio de expectativas en los actores educativos y articular los compromisos necesarios para el profundo cambio en juego.

En este camino, la política educativa no puede ser concebida como algo técnico, inercial, invisible en el corto plazo, y delegada a los ministros de turno. Como viene sucediendo en varios países de la región, los máximos líderes políticos – el presidente, los gobernadores, los legisladores- pueden encabezar un proceso de mejora profunda contagiando el entusiasmo a la población, a los medios y a los actores del sistema educativo. Este proceso puede potenciar los logros alcanzados y partir de consensos básicos sobre los nuevos rumbos necesarios.

*Nota publicada el 11/09/2014 en el Diario Clarín por Cecilia Veleda y Florencia Mezzadra.

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