Por Jennifer Guevara, Ivana Zacarías y Belén Sanchez*
Una y otra vez, las evaluaciones muestran que los alumnos de sectores más desfavorecidos alcanzan peores resultados de aprendizaje que sus pares más aventajados, en lo que constituye uno de los desafíos más grandes que enfrentan quienes definen la política educativa en Argentina y muchos otros países del mundo. En promedio, los alumnos del cuartil de ingresos más alto de países latinoamericanos que participaron en PISA 2012 obtuvieron resultados un 24 % mejores que sus pares de más bajos ingresos. Una de las explicaciones de esta situación está en la formación de los docentes, quienes muchas veces egresan desprovistos de herramientas que les permitan dar respuesta al desafío de enseñar en aulas heterogéneas.
Uno de los componentes clave de la formación de docentes es la práctica: un conjunto de experiencias de aproximación profesional controladas que se realizan bajo la guía y supervisión de maestros y profesores más experimentados. Estas instancias pueden generar en los futuros docentes disposiciones, actitudes y saberes que favorecen la enseñanza efectiva en contextos heterogéneos.
Las reformas más recientes de la formación docente que tuvieron lugar en la Argentina pusieron a las prácticas docentes en el centro de la escena, incrementando su relevancia curricular relativa y estableciendo pautas para la integración de las instituciones formadoras con las “escuelas asociadas”, sedes de las prácticas docentes. Más allá de esto, no se avanzó en regulaciones específicas sobre las características de las escuelas asociadas en términos de la calidad de su trabajo. Es decir, los lineamientos nacionales dicen muy poco acerca de cómo tienen que ser las escuelas donde se forman los futuros docentes.
La experiencia de otros países tiene mucho por enseñarnos en este sentido. Alrededor del mundo, existen instituciones formadoras de docentes que optaron por asociarse específicamente con escuelas inclusivas –aquellas que incluyen y enseñan con calidad a todos los alumnos respetando sus diversas necesidades, habilidades y características– para la formación en la práctica profesional de los futuros maestros. Sus resultados –condensados en este documento– muestran que las prácticas docentes en escuelas inclusivas promueven mejoras en el desempeño futuro de los docentes en formación; en sus saberes, actitudes y disposiciones; y en los resultados de aprendizaje de los estudiantes de las escuelas asociadas.
En otras palabras, quienes tienen la oportunidad de formarse como docentes practicando en escuelas que prueban a diario que la educación puede y debe enseñar a todos con igual calidad, egresan como docentes dispuestos y equipados para torcer el destino de la desigualdad social en las escuelas donde van a desempeñarse. Así, las prácticas de formación docente en escuelas inclusivas son una vía de mejora de la formación inicial docente y, en consecuencia, de la equidad y la calidad de la educación que brindan las escuelas.
Asegurar que cada docente en formación tenga la posibilidad de vivenciar el trabajo en escuelas ejemplares debería constituirse en objetivo de la política de formación docente, con miras a promover un aprendizaje de calidad para todos.